sábado, 13 de agosto de 2011

...es mejor no estar atado a nada: Tercera parte


Ya maceré lo suficiente con la hipotesis de la simbiosis entre el estancamiento y la financiarización de la economía mundial desde la decada del setenta. De aquí en más será un “considerando”.
Hay quienes se han sorprendido por la ausencia del término neoliberalismo en los post anteriores. La inquietud de uno, si es legítima, presumiblemente también sea la de otros. De modo que apuntaré algo sobre ese asunto. Primero, puesto que tanta gente tan sagaz ha dicho sesudamente tantas cosas sobre esa ideología que cualquier resumen berreta que improvise aquí será una mezquindad con la inteligencia del lector. Pero hay una razón mucho más sofisticada. La misma que la de las Cartas de No Amor de Shklovsky. El mito cuenta que la mujer amada por el narrador se deja cortejar pero bajo ciertas condiciones: le prohibe verla, sólo le permite que le escriba una carta al día. Ni dos ni tres: sólo una. Y, este es el carozo del asunto, esa carta diaria no puede hablar de amor. El narrador -el galan-, entonces, le escribe sobre cualquier cosa: sobre aquello que está escribiendo, sobre sus peleas con el editor, sobre sus sueños, sobre su rutina, sobre lo que lo conmueve, sobre alguna sonata. Lo cual es su manera, dice, de escribirle de ninguna otra cosa que de su amor. Lo mismo ocurre con esta secuencia de posts. Sin pronunciar la palabra neoliberalismo, se trata de neoliberalismo de cabo a rabo. Porque el neoliberalismo es el contrarresto ideológico del capital financiero.
Hecha la salvedad, ahora queda por contar el capitulo final de la salvajada del capital financiero. Algún incredulo podría decir: muy rico todo pero su teoría se asienta sobre el estancamiento del salario y ¿acaso no ha aumentado el consumo desde los setenta a la actualidad? Ogiamos al incredulo. Ha dado en el punto. Dos afirmaciones superficialmente opuestas devienen ciertas, ambas, gracias a la alquimia de la financirización de la economía: los salarios están estancados hace décadas y el consumo ha aumentado desde entonces. ¿Qué magia ha permitido una formidable redistribución de la riqueza hacia arriba en la escala social al mismo tiempo que el aumento del consumo de los sectores medios y bajos? Aquí viene la palabrita clave: la deuda. El endeudamiento de las familias yanquis se incrementó desde cerca del 40% del PIB en 1960 hasta un 100% del PIB en 2007. Es decir, ganan lo mismo pero consumen más, mejoran su “nivel de vida”, endeudándose. Y este “efecto riqueza” no es una patología ad hoc del patrón de acumulación. Me he cansado de leer en los comentarios de lectores de La Nación y otros pasquines que los griegos y otras gentes han vivido por encima de sus capacidades y que ahora tienen que darsela de frente con la cruda, despiadada realidad. Y siempre hay un tono de “jodanse por inescrupulosos”. Pero lo cierto es que ese masivo endeudamiento de los ciudadanos de los paises centrales no fue una picardia de un par de hombres y mujeres sino un engranaje vital impulsado por el sistema financiero. Leamos LGCF:
Se necesita una expansión del crédito (o lo que es lo mismo, que la población o las empresas adquieran más deuda) para alimentar cualquier burbuja. En el caso de la burbuja inmobiliaria, los tipos de interés extremadamente bajos que siguieron al estallido de la burbuja del mercado bursátil así como los requisitos de los bancos, expandieron el crédito hasta colocarlo al alcance de prestatarios de todo tipo. En la burbuja financiera resultante, la financiación barata aumentó el número de prestatarios hipotecarios, a pesar del incremento del precio de la vivienda. La combinación de tipos de interés extraordinariamente bajos e hipotecas a unos plazos mayores dio lugar a cuotas mensuales asequibles, incluso cuando los precios se incrementaron rápidamente. Si estas cuotas mensuales seguían siendo demasiado altas (tal como ocurría a menudo dado que los salarios reales llevaban estancados treinta años y que el primer empleo rara vez se pagaba por encima del salario mínimo) se ideaban medios para reducir aún más las cuotas iniciales. Los compradores inmobiliaros se vieron inmediatamente engullidos por la euforia del abrumador auge inmobiliario y se les hizo fácil creer con facilidad que un continuo incrementeo de los precios de sus viviendas les permitiría refinanciar sus hipotecas cuando caducara el tipo de interés incial bajo”
A su vez, los creadores de estos prestamos de alto riesgo tenían todos los incentivos para generar y agrupar tantos prestamos como fuera posible ya que los prestamos empaquetados (mezcla de prestamos de alto y bajo riesgo) se vendían rapidamente a otros. Y, por supuesto, el coste de compra de la vivienda, que se había incrementado tan rapidamente incluía una jugosa tajada para todos los invitados al banquete.
Así fue que se desató la mania especulativa, caracterizada por un rápido incremento del volumen de la deuda y un descenso igual de rápido de su calidad. El frenesí fue multitudinario. Empresas financieras que empaquetaban deudas y las vendían, aseguradoras que crubrían todo tipo de deudas, bancos que aseguraban otros bancos, especuladores inmobiliarios que entraron en el negocio de la compra de viviendas con el fin de revenderla a un precio mayor, propietarios que aprovecharon los bajos tipos de interés para refinanciar y retirar valor patrimonial en efectivo de su vivienda, etc. Bastó con que aumentara los tipos de interés para que miles de familias que dependían del continuo aumento del precio de sus viviendas para refinanciar sus prestamos, se encontraran con prestamos hipotecarios de mayor valor que el valor de sus viviendas lo que ocasionaba impagos y caidas en los precios de la vivienda. Esto, a su vez, provocó que un número cada vez mayor de propietarios debieran cantidades superiores al precio de sus viviendas. Los bancos, que buscaban reforzar sus balances, empezaron a contener las nuevas extensiones de deuda en las tarjetas de credito. El consumo descendió, se perdieron empleos y empezó una esperial descendente.  Se cayeron algunos y como todos estaban atados, de desplomaron en conjunto.
Hasta acá llego. Me traiciono sino. No son las causas de la explosión de la burbuja inmobiliaria lo que interesa. Sino las cuasas de las burbujas financieras en general y, eventualmente, las consecuencias del desplome de la especulación. No soy economista y ni siquiera a ellos les ha ido muy bien con el juego de la especulación. Así que no voy a especular con las derivas económicas de este voluminoso quilombo mundial sino con los impactos políticos. Pero para eso habrá que esperar al Martes.El Domingo ya se sabe. El Lunes, se verá.

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