Conviene que apunte un súbito recuerdo antes que vuelva a olvidarlo. Ayer, mientras veía las imágenes de esos jovenes ingleses incendiando autos, tiendas de ropa, el centro comercial de Sony, etc. recordé el comentario de un escritor frances – Frédéric Beigbeder- ante la pregunta de cierto periodista sobre la quema de coches en los suburbios de París, algunos años atrás. Su respuesta fue memorable: “los queman para no desearlos”. Anoten.
Pero aun no ha llegado el turno del analisis de las implicancias políticas y culturales de la crisis. Todavía hay que sacarle punta a la tesis expuesta en el post del Martes, absolutamente subsidiaria del libro “La Gran Crisis Financiera”. Recapitulemos copiando del libro, un extracto:
“Al depuntar el siglo xx, el capitalismo sufrió una seria transformación, marcada por la aparición de los gigantes empresariales. Las primeras décadas que le siguieron estuvieron dominadas por las guerras mundiales y la depresión asiociada a esta gran transformación. Tras la segunda guerra mundial, esta nueva etapa del capitalismo se encontraba plenamente consolidada, principalmente en Estados Unidos, la economía capitalista más avanzada. Este hecho constituyó un quiebre con el sistema liberalmente competitivo del siglo XIX, en que la economía estaba formada en su mayor parte por empresas pequeñas que tenían poco poder sobre el nivel de precios, la producción yy la inversión, todos ellos determinados por las fuerzas mayores del mercado. En el nuevo orden capitalista, las empresas no se comportaban como sociedades competitivas de manual de economía, sino como oligopolios racionales. Dichas empresas abandonaron una competencia en precios mutuamente destructiva, que se había apodado “guerra de precios. En su lugar, competían basicamente en áreas de recorte de gastos y esfuerzo de ventas. El resultado fue una tendencia a ascender del superavit de esas grandes empresas.”
Sí, lo sé, muy grosero, muy raudo. Pero a cada trozo de carne, su cuchillo. Prueben si no, cortar el cuero de la vaca con un tramontina de filo y magnitud de primer cajón de cocina doméstica. Este grueso racconto histórico desemboca en el principal problema de la economía capitalista de empresas, cuya producción y ganancia resulta ser superior, incluso, a muchos, muchísimos paises. El asunto es cómo la economía -es decir, el modo en que hombres y mujeres del mundo producen bienes y servicios y distribuyen esa producción- consigue absorber el tremendo superavit económico, real y potencial. En algún momento el estímulo a la inversión de ese excedente en la economía productiva provino, como apuntáramos en el post anterior, del gasto gubernamental, de inventos y tecnologías clave, de grandes guerras, de bajas masivas en los salarios, etc. En la década de los setenta, obliteradas esas alternativas, e incapaz de encontrar salidas rentables para su excedente, las grandes empresas trataron de incrementar su capital monetario por medio de la especulación financiera. El sistema financiero, a su vez, respondió a este incremento de la demanda de sus “productos” con una selección apabullante de nuevos instrumentos financieros (futuros, opciones, derivados, hedge funds, etc.). El resultado fue un aumento de la superestructura financiera en los años ochenta que fue cobrando vida propia hasta derivar en el golem que terminó de explotar en el 2008. Allí fue que alumbró la bestia. Y como advirtiera Marx, la violencia hizo las veces de partera: recordemos que fue en los setenta que se produjo la derrota de los movimientos revolucionarios en America Latina y buena parte del tercer mundo.
Desde entonces, la clave de nuestro tiempo es la financiarización de la economía. El centro de gravedad, o mejor, el agujero negro de la economía mundial se desplazó desde la producción hacia las finanzas. Permitanme citar un dato iluminador -será casí como si les encendiera una lamparita frente a los ojos, en plena noche: mientras que en los años sesenta los beneficios financieros representaban alrededor del 15% de todos los beneficios industriales de EE. UU. , en 2005 representaban el 40% y, al reves, la industria, que en su día representó el 50% de los beneficios de aquella nación, representa ahora, menos del 15%. Se ha invertido, literalmente, la relación entre lo financiero y lo real. Este mundo no se le parece en nada al de los setenta -salvo por el estancamiento. Lo del setentismo, en cualqueria de sus facetas, es una cómoda simplificación.
Hasta aquí, entonces, las tres tendencias de la historia reciente del capitalismo:
1- Consolidación del modelo de grandes empresas multinacionales monopolistas.
2- Ralentización, estancamiento, de la tasa de crecimiento general.
3-Financiarización del proceso de acumulación del capital.
Habría que agregar una cuarta: Intermitentes implosiones de burbujas especulativas.
Es cierto que las finanzas tienen, casí, la edad del hombre. Pero lo específico de esta época histórica es que en los “viejos buenos tiempos”, las finanzas, como los bancos, fungian de ayudante modesto de la producción. Ahora el cuento es otro. El sector financiero ha conseguido un altísimo grado de autonomía. Y jugando al juego de la diferencia, encontramos otra: allá a lo lejos, el recalentamiento del sector financiero era consecuencia de la expansión de la economía real. Por lo general cobraba vida propia al final de un ciclo expansivo. Hoy crece en un período de alto nivel de estancamiento de la economía productiva.
Habría que apostillar lo de intermitentes o, por lo menos, permitirse especular que la burbuja inmobiliaria que implosionara a comienzos del 2008 podría marcar el fin de ese ciclo vicioso, adictivo, de creación, manías especulativa y desplome. Repito porque reprimo, escribía Freud. Ciclos de burbujas financieras para escapar al estancamiento, podría decirse ahora. Pero, en fin, ¿qué ocurre cuando ya no hay modo de repetir? ¿acaso retorna lo reprimido?
Continua mañana...
No hay comentarios:
Publicar un comentario