Por Damián Selci
Hace poco se juntaron los ex jóvenes de La Coordinadora para la presentación de un libro. En la foto aparecen Nosiglia, Moreau, Storani, Mouiño, Lafferriere, Cáceres, Reinaldo, Stubrin y Suárez Lastra. El evento fue cubierto por Perfil y la nota tiene el objetivo de burlarse de ellos, lo que parece un pasatiempo fácil. No están en el gobierno, cuando estuvieron les fue mal, y para peor, su partido viene resignando lineamientos ideológicos en pos de un tacticismo electoral que no provoca el menor resultado, excepto la manutención de una crisis identitaria que ya pasó por todos los estados y ahora se volvió crónica. Los jóvenes de la Coordinadora despertaron muchas ilusiones en su hora dorada (los 80) y ahora terminan su actividad política en una zona poco favorecida de la arena pública. Algo de rencor les quedó por eso. El periodista de Perfil pudo arrancarles sin esfuerzo una decena de declaraciones contra los jóvenes militantes de la actualidad. Moreau fue el único que no se prestó a ese deporte triste.
Como sabemos, la prensa opositora es malvada y busca estigmatizar a la actual militancia juvenil de todas las formas posibles. El repertorio de ataques varía entre el insulto directo, la acusación de obsecuencia y las comparaciones. Algunos periodistas especialmente mañosos lanzaron la espléndida idea de que los jóvenes militantes de hoy, que por supuesto serían todos yuppies, burgueses y trepadores, se parecen a los integrantes del Grupo Sushi. Pero el Grupo Sushi no tenía locales, no hacía trabajo de base, no fiscalizaba elecciones, no marchaba. Considerar que Antonito De la Rúa y Darío Lopérfido eran “militantes” constituye un gasto innecesario de buena fe. Su fracaso, su ostracismo, no significa nada preocupante para el joven de hoy. Pero… ¿y el mal paso de la Coordinadora? Ellos sí eran una organización política. ¿Qué les pasó?
Los jóvenes de la Coordinadora tenían cargos, diputados, ministros, manejos de presupuesto, etc. Eran la “guardia pretoriana” de Alfonsín y él los consideraba sus interlocutores. Movilizaban miles de personas y controlaban los centros de estudiantes de las facultades. Pero la estrella de la Coordinadora duró tanto como las ilusiones de la población con el gobierno radical. Cuando se volvió evidente que la UCR había fracasado, la Coordinadora pagó todo el costo simbólico y político de su posición. Estaban muy asociados con la figura de Alfonsín. No eran un aliado, ni táctico ni estratégico: eran el gobierno. Su naufragio abrió el terreno para la brutal reforma neoliberal de Menem. Y el itinerario posterior de los jóvenes de la Coordinadora no fue precisamente reinvindicatorio: estuvieron con De la Rúa, en el que probablemente fue el gobierno democrático más imbécil de la historia. Hoy, Storani y Moureau son figuras del museo de la burocracia radical, se agarran a trompadas en las convenciones partidarias y le agregan una pequeña cuota de lástima a la agonía de la UCR… Y es ahí que distintos analistas políticos arteros, insinuantes, bífidos, aprovechan el fiasco para desalentar a los jóvenes militantes actuales. Lo que quieren decir, lo que insinúan en sus columnas entristecedoras, en sus párrafos sombríos, es lo siguiente: el poder, tomado tempranamente, podría llevar a una lastimosa sumatoria de desaciertos y torpezas; los jóvenes, por definición, se equivocan; viven precisamente en el error, producto de la inexperiencia y la soberbia; y el precio final de fallar en el poder es la vergüenza y/o la humillación.
Pero esta analogía entre la juventud politizada de hoy y la de los 80 omite un rasgo clave. La Coordinadora no fracasa porque haya cometido errores (los cometió, pero es otro tema), sino porque en determinado momento, su conductor, Alfonsín, traicionó el proyecto original. Después de dos años esperanzadores, los sectores dominantes comenzaron a presionar contra el gobierno de manera cada vez más aguda. Y todas las mediciones de la correlación de fuerzas que hizo Alfonsín lo llevaron a conceder, conceder, conceder… A los insurrectos carapintadas les concedió las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los bancos le estatizó la deuda contraída por la dictadura, recurrió al financiamiento externo y aceptó las imposiciones de los organismos de crédito, demonizó a los sindicatos mentando un indemostrado “pacto sindical-militar” y finalmente, asfixiado por la inflación, se propuso “combatirla” con medidas ortodoxas, o sea, con el congelamiento de salarios (Alfonsín se opuso siempre a las negociaciones colectivas, porque quería retener el poder de fijar salarios por decreto, lo que permitía que ya en 1984 los ingresos crecieran al 35% anual y la inflación al… ¡625%!).
El problema, entonces, no es la soberbia, la inexperiencia ni nada de eso. El problema es cómo puede reaccionar una juventud política cuando el conductor del proceso desdice su propio programa hasta volverlo irreconocible. La Coordinadora entró a la política argentina para transformar el país blandiendo el argumento de su juventud. Pero si la transformación no se produce, a la juventud le quedan dos alternativas malísimas: la disidencia (que en ocasiones es simple inexistencia) o la burocratización (o sea, el acomodo en el statuos quo). No es que una opción sea mala y la otra peor: las dos son peores. A diferencia de un gremio o de un movimiento territorial, la juventud no tiene, en principio, ningún lugar “propio” donde replegarse sin entregar la organización, sin disgregarse, sin en definitiva dedicarse a otra cosa. Su grado de exposición es por consiguiente altísimo y además, permanente. Paga los platos rotos ni bien se rompen.
La Coordinadora optó por mantenerse cerca del Alfonsín. Es poco probable que tuviese margen para otra cosa. Sus militantes decían que no eran revolucionarios, pero ni siquiera pudieron ser reformistas. De algún modo, terminaron imitando lo peor de su líder “natural”: la reticencia a enfrentar a los poderes fácticos sin terminar cediendo siempre. El problema no es tanto perder, sino perder por rendirse, rendirse sin pelear. Contra lo que sugieren pérfidamente algunos analistas políticos, la Coordinadora no ejemplifica cuál es el destino irremediable de la juventud en la política. Pero sí arroja una buena muestra de cuán ligada está la politización juvenil a la actitud de la conducción nacional. A la actitud; no al éxito o al fracaso. Los jóvenes argentinos, por regla, no piden éxito. La juventud kirchnerista, la que está organizada y la que no, la militante y la simpatizante, reconoció su politización a partir de la derrota de la 125. Kirchner había perdido esa batalla. Pero no había cedido. De hecho, era el primer presidente que no acataba a los poderes fácticos después de Perón… La importancia de este giro cultural es inmensa, y la juventud actual es hija de esta no-capitulación. Veremos las consecuencias en un tiempo.
3 comentarios:
Muy buena Martín la ocasión de la experiencia de las juventudes radicales en el alfonsinismo para pensar el rol de la militancia juvenil hoy con el kirchnerismo. Podría llevarse esta misma reflexión sobre la decisión de esa juventud radical de seguir a Alfonsín aún cuando éste cedía a los poderes fácticos, a la juventud peronista de los 70 con relación a Perón. Me pregunto cuándo llegaremos a saldar la discusión de si fue buena la reacción de distanciarse del líder político o no, en qué se equivocó aquella juventud peronista, en qué no... un saludo!
Alvaro, al respecto hay una excelente articulo aquí: http://www.croquetadigital.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=1960&Itemid=59
Abrazos!
Hola Martín! finalmente leí la nota que me sugeriste sobre la relación entre Perón y las juventudes peronistas en los setenta... muy buena. Te cuento que las últimas dos notas que publiqué en el blog son sobre el modelo organizacional de La Cámpora, si las chusmeás comentame. Abrazo.
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