viernes, 15 de julio de 2011

Hay cierto fuegos, se ha dicho, que no se encienden frotando dos palitos

La anécdota es igual de valida si el personaje que sube al colectivo es un fanático militante kirchnerista, un almibarado simpatizante del gobierno nacional o un tímido ciudadano que aun no ha definido un vínculo más o menos preciso -más o menos constante- con el fenómeno K. Sí resulta imprescindible dotarlo de cierta repulsión por el candidato del PRO. Una vez arriba, mira el perfíl del chofer. Intuye que no, pero nunca se sabe. Nunca. Mientras paga el boleto sigue con el resto. Aquel señor al fondo, sí. Sospecha que sí. Se lo sugiere un qué se yo de su postura, el ceño fruncido y algo más, no sabe qué, algo en su estilo. Sí, algo en su estilo, piensa. Pero también la estadística más grosera, la que tiene a mano: de cada dos que andan por la calle, uno lo votó. Ahí termina de convencerse. Y en seguida se siente aislado, distinto. ¿Esto es ser una minoría? No confía en nadie. La mitad lo votó. La mitad lo votó, se repite incrédulo. Los busca. Pero no hay un arquetipo que le sirva de modelo. La mitad son muchos. Los hay viejos, menos viejos, ellas, ellos, estilo deportivo, estilo hippie, estilo polo. Ah! eso le resulta insoportable. Que lo hayan engañado y que lo sigan engañando. Porque no parecían tantos y, sin embargo, ahí tenés: la mitad. ¡La mitad! Y es imposible identificarlos, che. Son potencialmente todos. Aunque tal vez haya algún otro como él en ese colectivo. Lo busca. La busca. Mejor si es ella. Pone cara de fastidio y después muta al enojo, uniendo las cejas encima de su nariz. Quizás me esté buscando y así me encuentre, piensa. Pero sabe -no quiere engañarse- que luce igual que el resto.

Esta historieta, con otra escenografía, otra utileria y otros personajes, según el caso, la oí de boca de varios amigos. Algunos se le atrevieron al taxista o a la telefonista de Noble Repoulgue y le preguntaron a quién votó. Uno se peleó (sí, el del taxi). Era lógico, la mitad lo votó. Después leí la nota de Fito. Hay que incorporar todo eso al analísis.
Primero habrá que confesarse desorientado. Algunos más, otros menos. Pero nadie se esperaba un resultado semejante. Mi viejo -almacenero, él- fue el único que se animó: “para mi gana en primera vuelta”, me espetó el sábado. Es cierto que (para su fastidio) charla mucho con sus clientes, a la sasón vecinos, cada dos años, votantes. Pero yo le retruqué que el almacén es un lugar especial. En general ahí compran los que tienen un poder adquisitivo algo mejor que el del promedio, que va al supermercado o al chino, le dije. Y ahí es de esperar que la mayoria lo voté a Macri. Así será, me dijo. Pobre de mi. Casí acierta.
Decía, entonces, que lo del domingo es una suerte de trauma. Un shock que no se integra así nomás a nuestra perspectiva de la coyuntura, a nuestro relato del estado de cosas ni a las coordenadas con las que ordenamos la abundante complejidad del mundo que nos circunda. Por eso resulta perturbador. Brevemente: nos deja sin certidumbres. Por eso la paranoía en el colectivo, en el subte, por eso la sensación de estafa.
Pero hay que tener en cuenta un componente fundamental de cualquier trauma. Nada es un trauma en-si-mismo. El trauma es para-alguien. Un niño puede ver a su padre vestido de mujer antes de ir una fiesta de disfraces y que aquello le resulte divertido. Otro puede sufrir un shock y empezar a tratar a su padre como si fuera una mujer. El padre vestido de mujer no dice nada, no lleva inscripto ningun efecto necesario. Todo depende del mapa cognitivo, de las herramientas conceptuales, de la estructura de sentimientos, con la que uno y otro niño cuenten para asimilarlo. Es decir, la apabullante victoria de Macri sólo es traumática para aquellos que fidelizamos con un discurso y una constelación de prácticas políticas y culturales que procuran tenzar las cosas en favor de los más humildes y de las minorias postergadas. Sólo produce una fisura en nuestro discurso. Para el resto, no hay nada perturbador, ningun virus que haya invadido su sistema cognitivo. El resultado del domingo, al votante de Macri, no le cambia un ápice su perspectiva de las cosas. Apuntada esta aclaración -reducidos los efectos del trauma a nosotros, los kirchneristas-, lo que sigue es distinguir las reacciones ante un shock de este estilo. Formalmente, se me ocurren tres:

A- se lo intregra al relato.
B- se lo desecha.
C- se transmuta el relato.

Mantengamos el desorden que impera desde el domingo y empecemos por “B”, la hipotesis del deshecho. El objetivo de “B” es mantener intacto el relato y la campaña previos al comicio. Para conseguirlo hay que negar el escrutinio. Como aquí abajo no hay de esas pastillitas verdes que en Matrix te permiten olvidar el pasado, la negación asume una forma más sofisticada. Y ahí lo tenemos a Fito, que le da una vuelta de tuerca (¡pero era para el otro lado!). No niega el hecho material, pero casí. Porque niega nuestra intervención en ese resultado. No nos hace cargo, olvida nuestra responsabilidad en el resultado. Por eso no conviene ni aporta nada la nota de Fito. Es otro “panfleto interno” (y van...). Le da razones a los asqueados para asquearse, convence a los convencidos. Nos vincula como la comunidad de los asqueados. Para el resto son sonidos, palabras sin sentido o, cuanto mucho, agresiones infundadas. O peor: aquellos a los que tenemos que convencer -porque si nuestro proyecto político tiene vocación mayoritaria, habrá que convencerlos- nos van a empezar a percibir como los que odiamos. Y, como dijo Borges, todos nos parecemos un poco a la imagen que los demás tienen de nosotros. No interesa si es “real” o no. El otro nos trata como si fuera así y actúa en concecuencia. Ergo, no nos vota. Y después nosotros decimos que estamos asqueados. Ahí se cierra el cículo. Por otra parte, desdeñar que la mitad de un distrito no nos vote, es empezar a troskearnos. Asquearse y odiar es bien sencillo. Bastante cómodo, diría. Nos devuelve al cálido y amable lugar de “la elite”. Ellos quedan allá, lejos, inconmovibles a nuestro relato ya sea porque son unos forros, unos gorilas, unos garcas, unos idiotas. De ese modo, nuestro relato -y nuestra campaña- permanecen imperturbables, cuando en verdad, de lo que se trata, es de pensar por qué no pudimos convencer a nadie. Tenemos que "incluirnos en el cuadro que estamos mirando". En cada boleta del PRO debería haber un espejito que nos refleje.
Sigamos por “A”. “A” significa reaccionar via domesticación. Esto es, digerimos el sapo del domingo pero antes le quitamos las espinas. En nuestras filas, es la postura mayoritaria. Tiene dos variante – o por lo menos, oí dos. Una es el optimismo gratuito: “Bueno, es cierto, perdimos, pero sigamos militando con todo, redoblemos los esfuerzos”. Sí, muy bonito. Pero la prepotencia del trabajo, sin criterio, profundiza todo, inclusive lo malo. Y considerando que no nos fue muy bien, antes que profundizar la campaña, probablemente lo que haya que hacer sea cambiar el eje. Necesitamos, más que potenciar, analizar y sacar conclusiones. Detectar que fue lo que se hizo mal para no duplicarlo. El otro modo de suavizar lo del domingo es “festejar la mejor elección de la historia del kirchnerismo en la ciudad”. Otro placebo. Sacamos cuatro puntos más que en el 2007. A un punto por año, como dijeran por ahí,en 16 años a Macri le rompemos el orto”. No sirve de nada. No necesitamos levantar la moral. La tenemos bien alta. Pudimos contra el FMI, contra el Banco Mundial, contra el Alca de Bush, contra Clarín, contra los poderes más concentrados, contra la Iglesia e infintios etceteras que no vienen al caso. No es un problema de moral al que haya que oponerle un exitismo inverosímil. Lo que falló es el modo de hacer política en un distrito específico, en un momento específico de la historia. Hay que ir por “C”.
Si tocara el saxo, diría: “es la realción de fuerzas, estupido”. Como me frusté a los pocos meses de sacarle la primera nota y no estoy a cargo de la campaña presidencial de los EE. UU. me contento con: “es la relación de fuerzas”. Esa es la cuestión. De ninguna manera voy a sugerir que tenemos que rebajar nuestro discurso político para imitar la publicidad macrista, “la política como el extremismo de la simplicidad; la elocución plana, crasamente uniforme; lo meloso, lo esquivo, lo previsible servido en bandeja” (Gonzalez dixit). Sin embargo, la relación de fuerzas ideológica en este distrito es un dato que debemos atender. No para adaptar nuestro discurso a las preferencias del votante promedio y convertirlo en la mera expresión televisivopolítica de un estado de ánimo extraido de encuestas de dudosa fidelidad, sino para no quedar en offside. El kirchenirsmo siempre ha jugado a los flejes. Así es como se hace política en favor de los sectores populares, siempre jugando en el límite, pero del lado de adentro. Y ese límite lo marcan las relaciones de fuerza. Por eso es tan importante la, así llamada, batalla cultural: ensancha la cancha, corre los límites. Entre nosotros, en una choripaneada militante, en un mitín en un local de La Cámpora, en la universidad, sabemos muy bien qué es lo que abrevian consignas cómo “el modelo”, “profundizar el modelo”, lo “nacional y popular”, “presencia del estado en la economía”, etc, etc.. Pero no podemos salir a la calle a convencer votantes con ese discurso. Es demasiado abstracto. La relación de fuerzas discursivo-ideológica del Parque Rivadavia, de la esquina de Nazca y Rivadavia, los vuelve demasiado abstractos. Hay que volverlos más concretos. Y para eso, paradojicamente, hay que estudiar: saber contar sencillamente qué carajo es “el modelo”, cuántos puestos de trabajo se crearon, cuántos aumentos a jubilados hubo, qué impactos tuvo la asignación universal por hijo, qué beneficios conlleva haberse desendeudado, para qué sirve tener 50 mil millones de reservas en el banco central (el ahorro, dice Bizzio, es el barazo armado de la ilusión), cuántas escuelas se construyeron, por qué hay inflación, cuán democratizante es la ley de medios, etc, etc. Y este humilde consejo va, sobre todo, para las internas y las elecciones de octubre. No tanto para la ciudad. Porque, evidentemente, nacionalizar las elecciones de un distrito no es algo que podamos imponer. Aquí, en la capital, sus ciudadanos votan jefe de gobierno de la ciudad. Para apuntalar a nuestro candidato se puede apelar a tal o cuál logro del gobierno nacional así como la oposición puede discutir con él atacando alguna medida de ese gobierno pero de ahí a que el meollo de la campaña sea “como en la nación pudimos, en la ciudad podremos”, hay mucha distancia. Cuando hay elecciones a jefe de gobierno en la ciudad de buenos aires, la Casa Rosada se muda a Tierra del Fuego. Retomando el argumento anterior, si bien es cierto que nuestro discurso - más complejo, menos plano- exige un compromiso “intelectual” del votante, lo cierto es que debemos adpatar esa exigencia a la relación de fuerzas, a los estilos de vida, a la cultura política reinante. Una vez en el poder, ma´si, Canal Encuentro en toda la grilla...
Otro asunto referido a “C”. ¿Qué tipo de construcción política es el Frente para la Victoria? Por antonomasia, un frente. Ni un partido, ni un movimiento, un frente. Esto implica que en sus genes hay una serie más o menos diversa de fuerzas políticas coalicionadas: peronistas de izquierda, pejotistas, sabatellistas, ex radicales, movimientos sociales peronistas, de izquierda o autonomistas, ibarristas, CTA, CGT, etc, etc. El kirchnerismo las hospeda. Pero, simultaneamente, cada una de esas fuerzas participantes conserva su identidad particular aún habiendo decidido su adhesión al kirchnerismo. Es decir que, salvo casos excepecionales, el conjunto de fuerzas que conviven -mejor o peor- en el Frente para la Victoria, sufren de cierta dosis de esquizofrenia: sabatellistas kirchneristas, peronistas kirchneristas, cegetistas kirchneristas, etc. Esto no es ni bueno ni malo, es propio de todo frente político. En este contexto, cualquiera que pretenda conducir al resto de las fuerzas, tiene que evitar hacer gala de su identidad particular para pasar a “expresar” (construir) el kirchnerismo auténtico -con sus símbolos, su discurso y su horizonte específico. Eso lo supo muy bien Nestor kirchner, quien jamás ostentó demasiado su adhesión al peronismo cuando forjó el frente que ahora lidera Cristina. La fuerza que quiera conducir al resto, debe seguir su ejemplo. Lo que se pierde en intensidad identitaria se lo gana, con crecer, en extensión polítca. Aquel que consiga encarnar (¿en el 2015?) al kichnerismo feten será el que, en la carrera, se muestre siempre atento a que el resto encuentre en su simbología, en sus rituales, en su liturgia, en sus convocatorias, en su apertura, etc. algún rasgo en común. A nivel de los símbolos, el Nestornauta es el ejemplo proverbial. En fin, siento mucho que lo contrario a esto haya sido lo que se observó en el bunker de Filmus el domingo por la noche.
Por último, no nos olvidemos de Clarín.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente articulo! Que vangan otros!!

Marco dijo...

Más allá de la capacidad discursiva y el conocimiento político que tenés me gusta como mezclás situaciones de calle como conector de ideas, pero admito que lo sentí estirado, quizás intencionalmente como ejercicio, o quizás por falta de síntesis en algunos aspectos. Al final me perdí, pero lo voy a volver a leer.

Ah.... y una cosita mas....

no, mentira...

Espero por más

MRA dijo...

Marco: gracias por el tiempo, ¿exagerado? que le dedicaste. En serio. Sí, coincido en que es largo para el formato blog. Intentaré ir puliendo. Saludos!

lulo dijo...

Coincido tanto con la idea de revisar y de no resistirse al cambio. Hay que reconocernos en una unión más grande que el aquí y ahora, la única manera de que realmente la idiosincracia de ese otro pueda verse permeada en algo, por nuestras ideas.

Dale que va pibe, este blog esta que quema.