Enero suele ser un mes de tanteos literarios. Como tendencia general, se tiene más tiempo libre: ora por las vacionaes propias, ora por las ajenas, el sistema ingresa en una fase de baja intensidad. De modo que el filtro literario se relaja y de pronto uno se encuentra con un libro entre las manos que la tiranía de los meses más álgidos descarta para más adelante. Y adelante es, siempre, Enero. Por eso, hay que tener mucho cuidado con lo que uno lee en Enero. Es un mes peligroso. De adolescente, Enero es el mes en que el joven argentino agarra una biografía del Che y al tiempo se encuentra deseoso de mancharse la mano con sangre burguesa.
Sentado sobre esa premisa, leí un libro de “ensayos en honor a Marcelo Diamand” (va entre comillas porque ese es el título del libro de la de Miño y Dávila). Y acerté.
Para esclarecerme a mi mismo la lectura y para promocionar el libro, va esta reseña.
El gran aporte conceptual de Diamand es la teoría de la “Estructura Productiva Desequilibrada (EPD)”. La EPD es una relación entre subestructuras productivas cuya combinatoria produce un todo: las relaciones económicas en cierta categoría de paises periféricos. Si se considera la capacidad de sobredeterminación de las relaciones económicas sobre cualquier otro tipo de relación social y política, al elaborar una teoría sobre la estructura productiva nacional, Diamand formula, ex hipotesy, una lectura propia y novedosa sobre los avatares de la historia y del presente argentino. Grosso modo, la tesis es la que sigue:
Argentina es un país exportador primario en proceso de industrialización. La característica esencial de este tipo de país es su estructura productiva desequilibrada. Estas estructuras se componen de dos sectores de niveles de precios diferentes: el sector primario -agropecuario en nuestro caso- que trabaja a precios internacionales, y el sector industrial, que trabaja a un nivel de costos y precios considerablemente superior al internacional. Es decir que, a la industria argentina, producir (ej:) una moto le cuesta, en dolares, más que el precio de mercado internacional de esa moto. En cambio, a la hora de producir soja, esto no ocurre dadas las ventajas comparativas de nuestra tierra. Por eso el sector primario se encuentra en condiciones de competir con sus pares internacionales, es decir, puede exportar y generar divisas, mientras que el sector industrial no puede competir con sus compadres en los países centrales y, por tanto, no tiene gran capacidad exportadora. Cuanto mucho, merced a una política de substitución de importaciones, “proteccionista”, el sector industrial puede abastecer al mercado interno. Pero como precisa importar maquinaría y componentes de los productos que produce (ej: motor de la moto), para sostenerse y crecer demanda dolares. Al no exportar, no puede autofinanciarse esos dolares y su abastecimiento queda siempre a cargo del sector agropecuario, limitado sea por la falta de una producción mayor, sea por problemas de la demanda mundial, sea porque la oligarquía no quiere soltar la renta extraordinaria.
Historicamente, ocurrió durante el llamado proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que al sustituir algunas importaciones por producción local, la industria contribuía a ahorrar divisas. Si antes importabamos el calzado y un día empezamos a producirlo en nuestro país, nos ahorramos los dolares que gastabamos en comprárselo a los chinos, por decir. Pero a mediano plazo, por definición, la expansión de la industria hace crecer las importaciones, sea porque en cierto estadío de sustituciones se necesita importar maquinaría y teconolgía más compleja (más costosa), sea porque al dinamizarse el mercado interno y al incrementarse la capacidad de compra de la población, se demandan más y más (ej) motos y, en consecuencia, más y más motores importados. Esta escalada persiste hasta que finalmente se genera una restricción externa: escacean los dólares.
Esta brecha suele financiarse con crédito externo, con endeudamiento. “El proceso es esencialmente inestable -afirma Diamand-. Basta que se reduzca la entrada de nuevos créditos o que un problema momentáneo de desconfianza frene el ritmo de las renovaciones (de los créditos) para provocar el desequilibrio en el mercado cambiario con lo cual el Banco Central se ve forzado a vender una parte de sus reservas. Las entradas de nuevos créditos y las renovaciones se retraen aún más, culminando el proceso en un pánico generalizado, en una fuga masiva de divisas y en una brusca devaluación”
La historia, o mejor, la clase dominante argentina ha improvisado otra salida a la restricción externa: la devaluación. Pero ¿qué ocuree cuando devaluamos? El modo que se conteste esta pregunta es una respuesta política a las urgencias de nuestra actualidad económica. Hoy día nuestra economía se acerca peligrosamente al límite de la restricción externa. De ahí el rol divino de Moreno. Pero parece que esta vez no se repetirán viejos errores y no saldremos de esta restricción al crecimiento, ni apelando a una megadevalución ni endeudándonos. Y si no se recurre ni una ni otra martingala, entonces la fase de la sintonía fina será una fase absolutamente novedosa en la historia nacional. Camino, haremos, al andar. No hay antecedentes.
Mejor o peor, todos recordamos cómo acaban los ciclos de endeudamiento externo (2001) pero quizás haya que preguntarle a Diamand porque el “grupo de los devaluadores”, ese sector del empresariado nacional que hoy no le reclama al Estado endeudarse sino una megadevaluación, está confundido -o quiere confundir. Será tema del próximo post.
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