Todo frente político en el que confluyen distintos intereses económicos, políticos y culturales, encarnados por distintas organizaciones, tiene que vérselas con cierta dialéctica de las contradicciones. Hay, por así decir, dos tensiones fundamentales: la externa y la interna. La externa opera en relación a los intereses de las fuerzas que no participan del frente. La interna sucede entre los actores que sí confluyen en un mismo frente. Es probable que la relación entre una tensión y la otra sea inversamente proporcional: cuando la tensión externa es fuerte, la interna tiende a menguar. Porque ante el avance enemigo, la prioridad es cerrar filas, articular, y buscar objetivos comunes (de mínima, evitar el avance opositor). Desde la crisis por la resolución 125 hasta las elecciones de Octubre de este año, el conflicto externo contra las grandes corporaciones concentró toda la energía de nuestro movimiento. Ante el riesgo de perder el control del Estado, cada uno de las fuerzas políticas del FPV comprendió que la contradicción principal era la lucha contra el frente opositor. Esa coyuntura relajó la tensión entre los intereses particulares de los actores que confluían en el frente nacional y popular, subordinando la cuestión interna a la contradicción externa.
En términos generales, sucede lo mismo con la relación inversa: cuando la tensión externa es débil, la interna tiende a intensificarse. Sería ingenuo sostener que la contradicción externa será, por siempre, la principal. La relación entre la tensión externa y la interna no es estática sino que varía de acuerdo con el desarrollo histórico. Nuestro triunfo definitivo sobre el frente opositor, cuando llegue (cuando se “institucionalice”, en palabras de Cristina, este modelo de nación), modificará la relación entre la contradicción interna y la externa. Entonces sí, los contornos del proyecto nacional y popular -ya hegemónico- dependerán de la relación entre las fuerzas políticas que participen de ese proyecto. Pero será una disputa inter pares, entre compañeros, por profundizar un aspecto u otro de un mismo modelo.
Por eso, es absolutamente fundamental distinguir, en cada momento histórico, cuál es la contradicción principal, la que determina al resto de las contradicciones -si la externa o la interna- y cuáles son los intereses y actores en disputa. Eso es lo que define la acción política.
Hoy, es fácil dejarse tentar por el 54% de los votos y apresurarse a creer que tal grado de apoyo popular a nuestro proyecto obligará al frente opositor a una capitulación más o menos definitiva. Si ese diagnóstico fuese acertado y de allí dedujéramos que la última derrota en las urnas de todos los partidos políticos de la oposición significó la resolución final a la pugna histórica entre el movimiento nacional y popular y las elites dominantes, entonces tendríamos que asumir que el horizonte político sería la disputa interna entre ciertos sectores del FPV por condicionar el destino del modelo. Sin embargo, objetivamente, estamos lejos de ese escenario.
La corrida bancaria impulsada por el sector financiero y fogoneada por los medios de comunicación a una semana de ese 54%, ha sido un explícito intento de condicionamiento de las grandes corporaciones económicas hacia el gobierno reelecto. Así como en Europa los golpes de mercado están volteando primeros ministros, aquí funcionan como serios intentos de parte de los sectores dominantes por imponer tal o cual política económica. En este caso, una abrupta devaluación del peso. La sóla capacidad de iniciar una corrida bancaria a un gobierno recientemente refrendado por el 54% de los votos, es una señal de su tremendo poderío económico y su notable desprecio por la democracia.
Tampoco hay que dejar de considerar que si bien es cierto que la legitimidad de los medios de comunicación concentrados ha sido profundamente diezmada en los últimos tres años, aún retienen una indudable capacidad de imponer agenda y condicionar el humor social. También han logrado frenar el cumplimiento del estratégico artículo 161 de la ley de servicios de comunicación audiovisual y su poderío económico permanece más o menos intacto. Y su caso tampoco parece plantear, siquiera, una retirada táctica. Basta repasar cómo han intentado tergiversar el asunto de los subsidios para comprobar que siguen en guardia.
Por su parte, el capital extranjero continúa remitiendo cientos y cientos de millones en utilidades a sus casas centrales y, cuando puede, presiona, como puede, para que se modifique el rumbo de la política económica del país. Y no hay que menospreciar su poder a pesar de la independencia económica que nuestro modelo ha consolidado. Conviene recordar que es el mismo actor que ha forzado, entre otras, la renuncia del primer ministro de una de las grandes potencias económicas del mundo, Italia.
Se tratan de un par de ejemplos que ilustran la fortaleza económica y cultural de las grandes corporaciones y su disposición a seguir disputando el poder político. Conviene imaginarse cómo reaccionarían estos sectores ante las políticas de profundización que ejecutará Cristina para evaluar si efectivamente el frente opositor está definitivamente derrotado.
Y es en este contexto que hay que encuadrar los últimos conflictos con ciertos sindicatos. Es decir, se trata de contradicciones secundarias, que quedan subordinadas a la disputa con las grandes corporaciones. Las tensiones internas entre actores que pertenecen, sin sospecha de oportunismo, al FPV, deben resolverse en un marco de unidad porque el objetivo de mantener la unidad del frente nacional rige sobre cualquier cortocircuito interno. La CGT ha acompañado este proceso político desde su nacimiento y ha permanecido fiel al movimiento durante el conflicto por la 125. Luego, en el marco de la crisis financiera internacional -cuyo destino era imprevisto y podía desorientar a cualquiera-, actuó en consonancia con el gobierno. Esos son algunos de los muchos avales que acreditan su compromiso político con el proyecto popular.
Por otra parte, no hay duda que el sujeto social deliberadamente beneficiado por este modelo económico son los trabajadores en su conjunto (ocupados, desocupados, jubilados). Este modelo tiene como propósito mejorar la calidad de vida de los millones de trabajadores ocupados y desocupados de la argentina. Y como sentenciara Cristina en el acto por la inauguración del hangar en aeroparque, serán los trabajadores los primeros es ser perjudicados si las grandes corporaciones vuelven a gobernar nuestro país. De modo que el modelo nacional y popular es un modelo para los trabajadores. Esa es su razón de ser. Esa sigue siendo la contradicción principal: un modelo de nación para los trabajadores y los sectores populares o un modelo de nación que beneficie a las elites económicas.
Es lógico y previsible que cada sindicato defienda los intereses particulares de sus representados; sea que estos estén en la pirámide o en la base de la escala salarial. Se trata de demandas particulares y el FPV contiene innumerables sectores y subsectores con distintas demandas de ese estilo. Cada cual debe perseguir la satisfacción de su demanda considerando, a la par, los intereses comunes del frente nacional. Mientras las tensiones entre intereses contradictorios se resuelva en un marco de unidad no hay que preocuparse de que cada cual plantee sus reclamos. Como afirmara Garcia Linera durante un conflicto con un sindicato docente “la tensión entre reivindicaciones universales y particulares dentro del propio pueblo siempre existió. Por lo demás, es propio de las revoluciones”.
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