lunes, 30 de enero de 2012

Minas

Las únicas palabras que valen la pena son las que aportan algo nuevo al mundo, es decir, alguna nueva perspectiva sobre las cosas. Precisamente por eso, nada puedo decir sobre la minería: está todo aquí.

viernes, 27 de enero de 2012

La Danza Avícola, la original

Cumbia de Viernes Che!!!

La lengua nacional y las corporaciones

Texto de Nicolás Vilela

A partir del conflicto por las retenciones agropecuarias en 2008, quedó totalmente evidenciado el papel desestabilizante, paraestatal y monopólico de las corporaciones empresarias. Se entendió que cada esfera de la vida social, desde el Estado hasta los medios de comunicación, es un frente de batalla abierto donde esas empresas manifiestan sus intereses privados. Se entendió también que todas las esferas están interrelacionadas y que en cada una de ellas intervienen tácticas distintas: lo que tienen en común una corrida bancaria y un episodio de censura en la prensa cultural es que las dos acciones convergen en la misma estrategia corporativa.

En esta época de “sintonía fina” y de “profundización”, es necesario iluminar otro frente de batalla central pero hasta ahora intocado. Se trata de la relación entre las corporaciones transnacionales y la lengua que hablamos y escribimos todos los días. ?Qué tienen que ver? Mucho. Pensemos en un manual escolar. A primera vista parece lo más simple e inocente del mundo. Tenemos textos didácticos, consignas y dibujitos. Yo amo, tú amas, él ama... Pero no, en realidad faltan decir varias cosas: 1. la lengua escrita de esos manuales está regulada, en general, por las Academias latinoamericanas. 2. esas Academias dependen de la Real Academia Española, cuyo objetivo principal es reprimir las variaciones idiomáticas de cada país para fijar un “un español general”, o sea para lograr que la norma absoluta de nuestro idioma sea España. 3. al mismo tiempo, las editoriales argentinas que publican los manuales escolares y los materiales de la RAE pertenecen a grupos transnacionales de base española, por ejemplo el Grupo Planeta. 4. tanto la RAE como algunos de esos grupos editoriales tienen acuerdos o soporte financiero de bancos multinacionales (BBVA, Santander) o corporaciones dominantes (Repsol, Telefónica); 5. el Estado español destina 4 millones de euros anuales a la RAE y el presidente honorario de la Fundación Pro Rae es el Rey Juan Carlos I. Más información se puede consultar acá: http://addendaetcorrigenda.blogia.com/2011/092801-historia-de-las-finanzas-de-la-rae-y-de-su-venta-a-los-intereses-del-ibex35.php


La enorme infraestructura que va desde el Estado español y las empresas de capital concentrado hasta las Academias latinoamericanas y los manuales escolares es una red de control idiomático al servicio del mercado global. La lengua funciona como herramienta geopolítica de dominio, colonización y uniformación. Y la RAE es la máxima autoridad en nuestra lengua. Por lo tanto, en lugar de que el Estado argentino (promotor del sistema educativo nacional) encabece el proyecto uniformador de nuestra lengua, son las empresas transnacionales y sus grupos editoriales los que están encabezando esa uniformación a partir de un inexistente “español general”. Bajo el proyecto armónico de “unificar el idioma”, como siempre, se esconden intereses particulares que se quieren determinar como universales. “Unificar el idioma”, para España, implica quedarse con el monopolio editorial de las traducciones, el monopolio de las clases de español para extranjeros, el monopolio de la educación de los hispanoparlantes (que son alrededor de 450 millones repartidos en 22 países de todo el mundo), el monopolio general de la tercera lengua más hablada en el mundo y más usada en Internet y, en definitiva, el monopolio de sus empresas multinacionales en América.

Todo esto, como se ve, no es un problema teórico o una simpática discusión entre intelectuales, sino un problema básico y práctico de la sociedad argentina. La lengua castellana genera el 15 % del PIB de España. La publicación en lengua española, tal como lo afirmó el especialista Javier Celaya, es la próxima batalla digital y económica. No son cuestiones que sucedan en las bellas y quietas aguas de la cultura dominical. Lo muestra el reciente caso del periodista e investigador uruguayo Ricardo Soca, administrador del sitio digital www.elcastellano.org, que recibió, vía correo electrónico de un abogado del Grupo Planeta, una amenaza de proceso civil y penal por haber colgado avances de la trigésima edición del Diccionario de la RAE, que se publicará en 2014. Lo muestra una reciente entrevista del diario La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1441158-cont-el-idioma-espanol-tiene-una-detective ) a María Gabriela Pauer, una académica española que controla, avalada por la Academia Argentina de Letras, las desviaciones de la normativa hispánica en el lenguaje oral y escrito de los argentinos, y que, una vez detectado el error, lo envía a los medios de comunicación pertinentes, que suelen publicarlo en las “pastillas” de sus suplementos culturales. Lo muestra el ofrecimiento que el presidente y hasta el rey de España le hicieron a Mario Vargas Llosa -reconocido escritor, operador neoliberal y crítico del populismo latinoamericano- para que presidiera el Instituto Cervantes, mano derecha de la RAE en España y el mundo.


Como se sabe, el rey es rey porque sus súbditos lo tratan de esa manera. La consolidación de la RAE como autoridad máxima en nuestra lengua no es consecuencia de la solidez de sus aportes institucionales sino de la subordinación histórica de las Academias filipina y americanas a su manera liberal y regresiva de difundir el idioma. Es inútil seguir discutiendo con la RAE y sus apéndices la inclusión de un término perteneciente a los pueblos originarios de Jujuy. Es inútil escribir una carta de lectores al suplemento Ñ de Clarín para rebatir sus intentos colonizados de regulación lingüística. Lo que hace falta es trazar una agenda propia y acorde con las transformaciones de nuestra época. El Museo del Libro y de la Lengua, iniciativa que depende de la Biblioteca Nacional, es un ejemplo. Aunque con algunos desaciertos en cuanto a organicidad y facilidades de comprensión para el visitante ocasional, el Museo sirve para poner en primer plano la discusión acerca de la privatización de la lengua y para informarse acerca de los distintos usos idiomáticos de la población.


Durante los años 90, el discurso neoliberal y globalizante decía que el producto se volvía más rentable cuanto más homogéneo era el territorio al que iba destinado. En políticas de la lengua, esto implicó que se alentara, desde las Academias nacionales, el proyecto panhispánico de una lengua estándar que relegaba todas las variedades regionales. Hoy en día, y como resulta obvio, la actitud cultural de España es la misma, pero nuestro contexto cambió profundamente, de manera que la respuesta debería ser otra. El agotamiento del modelo neoliberal vuelve necesaria una reconfiguración de rol del Estado y la escuela como transmisores de los valores lingüísticos nacionales. Nuestro momento debe medirse, en este punto, con el del Segundo Plan Quinquenal (1952), cuando el gobierno de Perón decide que la variedad argentina de la lengua tiene que ser el aspecto central de las políticas gubernamentales. Hasta entonces, la norma era la esencia española común y lo marginal era la variedad argentina. A partir del Segundo Plan Quinquenal, es al revés: el objetivo se dirige a la configuración nacional de la lengua y a la intervención del Estado argentino en la producción de instrumentos lingüísticos para confrontar con la penetración ideológica de España. Nuestro momento es el que está reflejado en la consigna “La lengua es de todos, no de las corporaciones”, que encabeza el petitorio impulsado por Ricardo Soca para responder a las amenazas de la RAE (http://www.petitiononline.com/tarar1ra/petition.html). Nuestro momento está orientado a la pregunta por la soberanía y la respuesta se decide en cada una de las esferas de la vida social.

jueves, 26 de enero de 2012

Histriónica lucidez

Con ustedes, Álvaro García Linera -y sus manos. Tal vez, el intelectual vivo más lúcido de América Latina.

miércoles, 25 de enero de 2012

Sobre la coordinadora

Por Damián Selci

Hace poco se juntaron los ex jóvenes de La Coordinadora para la presentación de un libro. En la foto aparecen Nosiglia, Moreau, Storani, Mouiño, Lafferriere, Cáceres, Reinaldo, Stubrin y Suárez Lastra. El evento fue cubierto por Perfil y la nota tiene el objetivo de burlarse de ellos, lo que parece un pasatiempo fácil. No están en el gobierno, cuando estuvieron les fue mal, y para peor, su partido viene resignando lineamientos ideológicos en pos de un tacticismo electoral que no provoca el menor resultado, excepto la manutención de una crisis identitaria que ya pasó por todos los estados y ahora se volvió crónica. Los jóvenes de la Coordinadora despertaron muchas ilusiones en su hora dorada (los 80) y ahora terminan su actividad política en una zona poco favorecida de la arena pública. Algo de rencor les quedó por eso. El periodista de Perfil pudo arrancarles sin esfuerzo una decena de declaraciones contra los jóvenes militantes de la actualidad. Moreau fue el único que no se prestó a ese deporte triste.

Como sabemos, la prensa opositora es malvada y busca estigmatizar a la actual militancia juvenil de todas las formas posibles. El repertorio de ataques varía entre el insulto directo, la acusación de obsecuencia y las comparaciones. Algunos periodistas especialmente mañosos lanzaron la espléndida idea de que los jóvenes militantes de hoy, que por supuesto serían todos yuppies, burgueses y trepadores, se parecen a los integrantes del Grupo Sushi. Pero el Grupo Sushi no tenía locales, no hacía trabajo de base, no fiscalizaba elecciones, no marchaba. Considerar que Antonito De la Rúa y Darío Lopérfido eran “militantes” constituye un gasto innecesario de buena fe. Su fracaso, su ostracismo, no significa nada preocupante para el joven de hoy. Pero… ¿y el mal paso de la Coordinadora? Ellos sí eran una organización política. ¿Qué les pasó?

Los jóvenes de la Coordinadora tenían cargos, diputados, ministros, manejos de presupuesto, etc. Eran la “guardia pretoriana” de Alfonsín y él los consideraba sus interlocutores. Movilizaban miles de personas y controlaban los centros de estudiantes de las facultades. Pero la estrella de la Coordinadora duró tanto como las ilusiones de la población con el gobierno radical. Cuando se volvió evidente que la UCR había fracasado, la Coordinadora pagó todo el costo simbólico y político de su posición. Estaban muy asociados con la figura de Alfonsín. No eran un aliado, ni táctico ni estratégico: eran el gobierno. Su naufragio abrió el terreno para la brutal reforma neoliberal de Menem. Y el itinerario posterior de los jóvenes de la Coordinadora no fue precisamente reinvindicatorio: estuvieron con De la Rúa, en el que probablemente fue el gobierno democrático más imbécil de la historia. Hoy, Storani y Moureau son figuras del museo de la burocracia radical, se agarran a trompadas en las convenciones partidarias y le agregan una pequeña cuota de lástima a la agonía de la UCR… Y es ahí que distintos analistas políticos arteros, insinuantes, bífidos, aprovechan el fiasco para desalentar a los jóvenes militantes actuales. Lo que quieren decir, lo que insinúan en sus columnas entristecedoras, en sus párrafos sombríos, es lo siguiente: el poder, tomado tempranamente, podría llevar a una lastimosa sumatoria de desaciertos y torpezas; los jóvenes, por definición, se equivocan; viven precisamente en el error, producto de la inexperiencia y la soberbia; y el precio final de fallar en el poder es la vergüenza y/o la humillación.

Pero esta analogía entre la juventud politizada de hoy y la de los 80 omite un rasgo clave. La Coordinadora no fracasa porque haya cometido errores (los cometió, pero es otro tema), sino porque en determinado momento, su conductor, Alfonsín, traicionó el proyecto original. Después de dos años esperanzadores, los sectores dominantes comenzaron a presionar contra el gobierno de manera cada vez más aguda. Y todas las mediciones de la correlación de fuerzas que hizo Alfonsín lo llevaron a conceder, conceder, conceder… A los insurrectos carapintadas les concedió las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los bancos le estatizó la deuda contraída por la dictadura, recurrió al financiamiento externo y aceptó las imposiciones de los organismos de crédito, demonizó a los sindicatos mentando un indemostrado “pacto sindical-militar” y finalmente, asfixiado por la inflación, se propuso “combatirla” con medidas ortodoxas, o sea, con el congelamiento de salarios (Alfonsín se opuso siempre a las negociaciones colectivas, porque quería retener el poder de fijar salarios por decreto, lo que permitía que ya en 1984 los ingresos crecieran al 35% anual y la inflación al… ¡625%!).

El problema, entonces, no es la soberbia, la inexperiencia ni nada de eso. El problema es cómo puede reaccionar una juventud política cuando el conductor del proceso desdice su propio programa hasta volverlo irreconocible. La Coordinadora entró a la política argentina para transformar el país blandiendo el argumento de su juventud. Pero si la transformación no se produce, a la juventud le quedan dos alternativas malísimas: la disidencia (que en ocasiones es simple inexistencia) o la burocratización (o sea, el acomodo en el statuos quo). No es que una opción sea mala y la otra peor: las dos son peores. A diferencia de un gremio o de un movimiento territorial, la juventud no tiene, en principio, ningún lugar “propio” donde replegarse sin entregar la organización, sin disgregarse, sin en definitiva dedicarse a otra cosa. Su grado de exposición es por consiguiente altísimo y además, permanente. Paga los platos rotos ni bien se rompen.

La Coordinadora optó por mantenerse cerca del Alfonsín. Es poco probable que tuviese margen para otra cosa. Sus militantes decían que no eran revolucionarios, pero ni siquiera pudieron ser reformistas. De algún modo, terminaron imitando lo peor de su líder “natural”: la reticencia a enfrentar a los poderes fácticos sin terminar cediendo siempre. El problema no es tanto perder, sino perder por rendirse, rendirse sin pelear. Contra lo que sugieren pérfidamente algunos analistas políticos, la Coordinadora no ejemplifica cuál es el destino irremediable de la juventud en la política. Pero sí arroja una buena muestra de cuán ligada está la politización juvenil a la actitud de la conducción nacional. A la actitud; no al éxito o al fracaso. Los jóvenes argentinos, por regla, no piden éxito. La juventud kirchnerista, la que está organizada y la que no, la militante y la simpatizante, reconoció su politización a partir de la derrota de la 125. Kirchner había perdido esa batalla. Pero no había cedido. De hecho, era el primer presidente que no acataba a los poderes fácticos después de Perón… La importancia de este giro cultural es inmensa, y la juventud actual es hija de esta no-capitulación. Veremos las consecuencias en un tiempo.

lunes, 23 de enero de 2012

Cumbia de Verano de Cumbia.

Para latinoamericanizar el fervor actual por la "cumbia colombiana", va un poco de cumbia del Perú. Imperdible. Este disco es el magical mystery tour de la cumbia latina. Va una muestra. Mañana un textito.

viernes, 20 de enero de 2012

A propósito de Iván Heyn

Hace un par de semanas estaba leyendo una novela de un tal Levrero y encontré en la descripción de un personaje el modo más exacto de definir la impresión que me generaba Iván cada vez que conversaba con él, cualquiera fuera el asunto: era uno de esos que se inclinan atento sobre un camino de hormigas que los demás pisan sin notar. Era alto, o mejor, era grande, y sin embargo se detenía y se inclinaba a mirar ahí dónde los demás pisabamos sin notar. Y el notaba. Y nos advertía. Y nosotros debajamos de pisar el camino de hormigas. En otras palabras, en las nuestras, en nuestro vademecun, era un referente. Era de esos pocos que retienen la clarividencia suficiente para percibir los límites del estado de cosas existente y ponen, generosamente, a cualquier costo, toda su inteligencia y pasión al servicio de ampliar el campo de batalla. Pero no sólo tenía el pulso de los que andan siempre hurgando en los modos de revolucionar las cosas para mejorar la vida de los más, de los que menos tienen. No sólo tenía una irrepetible clarividencia política. También la compartía. Iván era de esos.
Según el sabio, la muerte es una vida vivida. Yo solo puedo dar cuenta de un breve fragmento de su vida, apenas el último año, y eso me apena. Porque, ¡se aprendía tanto conversando con él, militando con él! No son tantos los hombres y mujeres que logran generar esa impresión sobre sus interlocutores. Que el otro prefiera ir en silencio, escuchando. ¿Cuántos hay? Iván era de esos. Y también era de esos que cualquiera hubiera deseado haber conocido antes. Porque todos disfrutamos la presencia de ciertos amigos y compañeros pero, vamos, aprovechemos esta hora para sincerarnos, ¿con cuántos uno se reprocha no haberlo conocido antes? Iván era de esos. Una noche organizamos un encuentro informal con algunos compañeros. Aquella vez había estado especialmente filoso. Alguien que no lo conocía quedó tan encantado por su sagacidad, por su oratoria, por la solidez de sus argumentos, que una vez que Iván se hubo ido, este compañero se me acercó y me dijo contento, orgulloso que cuando Iván lo saludo le dijo “un gusto compañerazo”. El pibe sonreía. Ivan generaba eso.
Un par de semanas atrás había cumplido años. Treinta y cuatro. Me acuerdo que aquel día le regalé un libro sobre ho chi minh. Él tenía una especial predilección por las biografías de esos hombres-tigres. Y yo queria que dejara de hablar del general park. Era una cruzada personal. En la primera página del libro escribí unas palabras, un par de renglones nomás. Me acuerdo que le proponía pensar las similitudes entre el compañerismo militante y la amistad. Le decía que se asemejan tanto que los dos pueden definirse de la misma manera: como una constelación de entusiasmos. Me acuerdo haberle escrito que una de las alegrías militantes más importantes de este año había sido encontrar en él un entusiasmo hermano, una simpatía por lo mismo. Un compañero político y un amigo. Seguro que no fui el único, que muchos otros hubieran también firmado esa dedicatoria. Era, es, un sentimiento compartido por todos los que lo conocimos al fragor de la militancia.
Solíamos debatir largo de política y economía. Al tiempo me percaté que en verdad no se trataba de un debate propiamente dicho porque, en general, el contrapunto con Iván estaba perdido de antemano. Pero yo persistía en las discusiones no tanto por terquedad sino más bien porque un día advertí que a las mejores ideas, él las tenía siempre en el borde de algún debate. Iván era de esos a los que les gusta debatir porque  el debate los  ayuda a pensar, a pulir ideas. Me lo decía siempre. De modo que yo tensaba, perseguía sus frases e intentaba arrinconarlo hasta que por fin llegaba el momento en el que él encontraba el argumento preciso para saldar el debate en su favor. Y te lo espetaba de ese modo tan propio de él que daba la impresión que lo había pensado desde el principio de la discusión y que había dejado que el debate discurriera tan sólo para dar con el instante en que su argumento final fuera más filoso. Debatir con él era esperar ese momento. Por supuesto, la resultante era que yo me iba a mi casa con el argumento y entonces dejaba de pisar el camino de hormigas.
Lo que indudablemente no era admirable en él era su falta de pericia al volante. Un día, acompañándolo al interior de la provincia de Buenos Aires a dar una de sus charlas sobre el modelo de desarrollo económico, chocamos en plena panamericana. Era hora pico y la autotapista estaba atestada de autos. Apenas si avanzabamos. Y el contexto no era el mejor para estar frenados ahí. Tenía que llegar, dar la charla y volverse para 6,7,8. Y, sinceramente, no nos daban las horas. Estaba nervioso porque no quería colgar a los compañeros pero a mitad de camino lo habían llamado para que esa noche fuera al programa. Así que ibamos avanazando temerariamente, esquivando autos, desplazándonos de un carril a otro. Y en uno de esos desplazamientos, nos la dimos. La trompa del auto había quedado como la cara de raquel mancini. Bonita antes, bandoneonada después. Pero Iván era de esos que extraen virtudes de defectos. Porque después vino con su alegoría de la autopista, esa que nos contó el día de su cumpleaños a un grupo de compañeros. La recuerdo así. Cuando las autopistas colpsan de autos, hay los que quieren ir más rápido que el promedio y cambian de carril buscando la fila de autos que avanza más rápido. Una y otra vez se desplazan de un lado a otro. Pero lo cierto es que por más maniobras que uno haga, es imposible avanazar más rápido que el resto. Es el colectivo el que marca el ritmo. Y el ritmo que marca el colectivo siempre es el adecuado. Por más intentos individuales de avanzar más rápido, siempre se avanza colectivamente. El resto son gestos desesperados, siempre infructuosos. Lo mismo sucede con la militancia política: sólo se avanza colectivamente. Había extraído la lección de aquel golpaso en la panamericana. Un genio.
Y a su modo, también era un pedagogo. Su preocupación contante era la construir un relato. Me acuerdo que el día que lo conocí me habló del libro sobre el lider de sendero luminoso y su orgazación guerrillera. Yo lo había leido, de casualidad, el mes anterior. Esa fue la primera constelación de entusiasmos. En la lectura, el detectó algo que yo había pasado por alto. Cuando el escritor entrevistó en sus celdas a los militantes de sendero, parece ser que todos respondían siguiendo el mismo esquema: mercado mundial, contexto latinoámericano y, por último, estado de la lucha de clases en Perú. El periodista le preguntaba cómo andaban y ellos respondían hablando del mercado mundial, america latina, el Perú y, finalmente, contestaban: “aquí ando, como me ves”. Tipos que no tenían intercambio alguno desde hacía años, respondían lo mismo cuando eran entrevistados, incluso sobre asuntos políticos de coyuntura sobre los que no habían tenido ocasión de ponerse de acuerdo. Más allá de lo extremo del caso, Iván admiraba esa homogeneidad del realto. Pero no la homogeneidad de contenido impuesta desde alguna torre de marfil. Era muy crítico de la falta de crítica. No, la homogenidad que el festejaba era la del modo razonar. La del marco teórico con el cuál uno ordena el caos del mundo de hoy y extrae la táctica política que impone la coyuntura para avanazar en mejorar la vida de los más lastimados. Para él esa era una tarea fundamental que teníamos que darnos para construir una fuerza política con capacidad real de transformar la realidad. Un programa. Organización y programa repetía siempre que podía. Necesitamos organización y programa. Y en eso andaba.
En cuanto a su legado, se me viene a la mente una frase del Che. Che enseñaba que la muerte debe ser bienvenida, donde quiera que nos encuentre, si una mano compañera recoge el fusil que el revolucionario deja caer en su hora final. Otros son nuestros tiempos. Pero cada época tiene su propio fusil, su intrumento de lucha. No hay descanso. Hay los que descansan pero no hay descanso. Siempre los más pisoteados por toda bota cuentan con un arma. La que nos tocó en gracia, nuestro fusil, viene a ser la militancia. También se nos va la vida en ella. Pero ¿qué más da? ¿quién ofrece algo más noble, más incomodamente noble? Así que sí, lo nuestro sigue siendo fusil contra fusil. Del suelo, levantamos lo que Iván dejo caer. Él no descansaba. Empuñando su fusil, avanzamos. Militamos. Hace un mes su estrella se apagaba. Pero a medias. Porque, como preguntaba el poeta,"¿acaso el alma de un violín se desvanece con el chasquido de una cuerda que se corta?". La vida de los que se han ido está en la memoria de los que viven. Y yo lo voy a recordar como uno de los militantes más lúcidos de la causa de los pueblos. Iván era de esos. Y a esos, se los extraña. Siempre. Mucho.